miércoles, julio 12, 2006

Los Estudios Culturales como alternativa para la construcción de una Bibliotecología de la esperanza (III)

3. Todo encuentro provoca el asombro y “la felicidad o algo así”

Los Estudios Culturales son una opción teórico-metodológica para la elaboración de un discurso político-cultural que oriente y clarifique las prácticas intelectuales bibliotecológicas, mediante las cuales pueda afirmarse que otra Bibliotecología es posible y que las bibliotecas, nuestras bibliotecas, no son un mercado.

Nos encontramos, entonces, con que en nuestro actual sistema las instituciones se han convertido en “laboratorios de trivialización”. La familia, la escuela, la universidad y la biblioteca son dimensiones de la vida social puestas al servicio de la trivialización de nuestra existencia, cuando pretenden homogeneizar nuestros comportamientos, nuestra forma de pensar y de nombrar el mundo. Entonces parece que somos socialmente aceptados cuando estamos inmersos en la cotidianidad, cuando somos predecibles, cuando todos pensamos (si a esto se le puede llamar “pensar”) como las esferas del poder quieren que pensemos. En eso se basa un estado de dominación, en lo que Fichte llama los débiles de espíritu que se hacen dar masajes en sus espíritus por especialistas de otro tipo.

Frente a este fenómeno, los Estudios Culturales proponen concebir a la biblioteca como otra cosa, como un espacio de la interculturalidad, como un lugar que en vez de ser visitado se habite, que deje de ser un lugar trivial, y más bien sea un lugar cuya función vital o función viviente, como diría Ortega y Gasset, es transformar comunidades de lectores en comunidades dialógicas, es decir, comunidades de pensamiento, comunidades que producen saber desde sí mismas, desde la producción de su propio discurso.

Sabemos con certeza que el discurso nombra lo que pasa en una comunidad que es única, diferente a todas las demás culturas pero también en relación con ellas. Lo que el discurso nombra es una historia única, un presente único y un futuro que no es más que aspiración. Pero si el lenguaje tiene el poder de crear, de cambiar nuestra cultura colonizada, nosotros estamos en la obligación de construirlo. Si el discurso nombra al mundo, ¿qué discurso nombra nuestro mundo, el mundo colombiano, lo que somos, lo que hacemos? ¿Qué discurso nombra nuestro pensamiento y nuestro quehacer bibliotecológico? ¿Tenemos un discurso propio con el qué nombrar lo que son y lo que queremos que sean nuestras bibliotecas?

Los Estudios Culturales son una posibilidad para emprender una fuga del discurso trivial de esa máquina hegemónica del pensamiento único, y un encuentro con el pensamiento autóctono, con la autonomía del pensar, con la fuerza de nuestra identidad, con la afirmación de nuestra dignidad humana, con nuestra auténtica condición de bibliotecólogos que comprendemos y construimos nuestra profesión en la misma medida en que transformamos a las comunidades de lectores y, a la vez, nos transformamos con ellas, en comunidades de mujeres y hombres pensantes que asumen su realidad, no como un espacio-tiempo dado, sino como la posibilidad de construir algo mejor para fortalecer una existencia solidaria.

En esta línea de investigación, analizamos que las bibliotecas se han concebido como instrumentos de transmisión de ideas recibidas en el actual sistema mundo. Desde la perspectiva de los Estudios Culturales podemos sustentar que las bibliotecas son uno de los espacios de interculturalidad en donde se pone en movimiento el aprendizaje del pensar, en donde la lectura es un proceso de investigación crítica y radical de los discursos que nombran el mundo y la complejidad de nuestras relaciones en él.

Nosotros, la comunidad bibliotecológica, tanto como la de educadores y comunicadores, somos los llamados a responder a ese grave encargo que nos hace la sociedad, de hacer realidad esa “pedagogía del conocer” que nos ha dejado, como uno de los más preciados legados del pensamiento autóctono, el gran maestro de la dialéctica Paulo Freire. Y desde esta postura, las bibliotecas son lugares de la “concienciación desmitificadora” y no los centros donde la información se consume como la actitud mecanicista propia de un autómata.

Por su parte, lo que propone Jesús Martín-Barbero es el fortalecimiento de las redes culturales a partir de la cooperación como práctica de la interculturalidad. Aquí las bibliotecas juegan un papel protagónico, en tanto se conciban como espacios públicos de intermediación dialógica y de interculturalidad, en donde la formación de ciudadanía crítica se antepone a la formación de consumidores de información.

Profundizando en estas ideas, encontramos que las prácticas bibliotecarias son prácticas intelectuales y, por lo tanto, no son prácticas sociales espontáneas sino organizadas, y tampoco son prácticas sociales neutras sino orientadas hacia la intervención de una realidad compleja y conflictiva. Pero para poder intervenir se requiere una claridad política, es decir, una postura política definida que tiene que ver inevitablemente con el problema del poder. Cabe entonces preguntarnos, ¿cómo asumen nuestras bibliotecólogas y bibliotecólogos la politicidad de su práctica? Pues en estos términos, y siguiendo a Paulo Freire, no podemos reconocer los límites de nuestras prácticas bibliotecarias en que tomamos parte si no tenemos claro contra quién y a favor de quién ejercemos nuestra profesión.

Cuando tomamos conciencia de que lo más próximo es lo que nos toca y, por lo tanto, es lo que nos concierne, entonces podemos reconocernos y, a partir de ese reconocimiento nos reinventamos. Si en nuestras manos está la misión de preservar la memoria escrita de la humanidad, a esta labor hoy le sumamos la de liberar dicha memoria y rescatarla de los calabozos en los que ha sido confinada por las ideologías extrañas, para volverla a decir a nuestro modo, o sea, para resignificar nuestra historia y asumir las prácticas bibliotecarias que nos conciernen sobre la base de pronunciar (leer y escribir) nuestra propia autoctonía.

Así que tenemos una tarea y una responsabilidad bibliotecológica atravesada por lo comunicativo, lo pedagógico, lo ético, lo epistémico y lo político que requiere de nuestra toma de posición contrahegemónica, puesto que ha sido colonizada y casi anulada por las prácticas mecanicistas que ha querido imponer el ideal de una sociedad del consumo de la información, sustentada en las teorías económicas de quienes quieren domesticar nuestras sociedades para convertir el mundo en un mercado.

Por lo pronto, es preciso empezar a llamar los fenómenos de nuestra realidad por su nombre, y no por los conceptos importados de los discursos dictados por una especie de profetas delirantes al estilo de Bill Gates, Nicholas Negroponte o Peter Senge, y todos los exaltados gurús que hablan del comienzo de una era del conocimiento, cuando lo que estamos padeciendo es una de las etapas más cruentas de una era de terror causada por algunos poderosos líderes del norte, autodescritos por uno de sus propios presidentes (Nixon), como de comportamiento imprevisible y de una enorme capacidad de destrucción. Una era de horror en la que impera el negocio de la guerra, que en palabras de Husserl, lo que pone al descubierto “es la indescriptible miseria, no sólo moral y religiosa, sino filosófica de la humanidad”.

Así que, en Bibliotecología, el campo de las prácticas de intervención conciernen a los debates inter/trans/disciplinarios sobre nuestro papel no sólo como intelectuales, investigadores y profesionales, sino, y principalmente, como ciudadanos y actores sociales. Se trata, pues, de resignificar nuestro papel social en las condiciones contextuales y situacionales que nos tocan gravemente, es decir, sobre las que responden a la pregunta: ¿qué somos ahora, en esta época en la que estamos viviendo? Porque no se trata de formarnos profesionalmente para las bibliotecas que existirán dentro de cien años, sino para las comunidades de lectores que reclaman en este momento nuestra acción, nuestra intervención, a partir de lo que la argentina Mirta Alejandra Antonelli define como “pensar la reconstrucción del accionar colectivo en el espacio público” .

Como intelectuales somos los llamados a debatir y tomar posición respecto a los impactos de las industrias culturales sobre los imaginarios, sobre el sentido que le damos a nuestro mundo y las formas autóctonas de producción de conocimiento, tan legítimas como los paradigmas metódicos de la Ciencia. Puesto que la biblioteca es un centro multicultural, donde se recrea la interculturalidad, participa activamente en las dinámicas de las industrias culturales y, hasta ahora y tal vez de manera inconsciente, participa en la formación de lectores consumidores de información, pero también, y este es el reto radical que sorprendentemente ahora descubrimos, debe participar en la formación de ciudadanos lectores críticos y avisados con capacidad para, no sólo reflexionar sobre las condiciones que posibiliten cambiar la repetición de la desigualdad y la injusticia social, sino para encargarse de las acciones que hagan realidad esa transformación.

Lo que debe quedar claro, entonces, es que nosotros trabajamos con gente, con comunidades ávidas de conocimiento, y no con libros y máquinas para transferir información. Y trabajamos para construir nuestra propia existencia, para construir nuestra propia realidad y no para padecerla o adaptarnos a ella. Es decir, trabajamos para superar el discurso inmoral, perverso y absurdo de los dominadores que ejercen el poder, y desde nuestras prácticas bibliotecarias en el espacio de las luchas sociales, culturales y políticas, contribuir a la transformación de una realidad que nos tiene desencantados y desesperanzados. Porque nuestra responsabilidad en tanto que intelectuales es desafiar a la perversidad, a la arrogancia de los que creen tener el poder para aplastar y excluir sin vergüenza. Y esta postura está fundada en la esperanza, que es lo que nos permite vivir plenamente como seres humanos.

Tal vez, aunque con mucho trabajo de nuestra parte, pero con una sensación de felicidad o algo así, en poco tiempo podremos dar parte de que otra Bibliotecología sí es posible, una Bibliotecología de la esperanza, y que nuestras bibliotecas no son realmente un mercado, sino el espacio de la acción cultural dialógica.



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